martes, octubre 17, 2006

Cadáver se necesita. Milton Fornaro.


CADÁVER SE NECESITA
Milton Fornaro
Alfaguara (2006)

La literatura policial latinoamericana tiene pantalones largos y goza de saludable prestigio entre lectores y escritores. Sabemos que en gran parte es porque con el género negro no sólo se hace novela policial, sino también de crítica social, novela política, de denuncia, etc. Una serie de personajes, generalmente investigadores privados, (pocas veces policías pues el gremio tiene una atávica y sana desconfianza en la policía) han nacido y algunos sobreviven a varias novelas, para disfrute de sus lectores. Cierto aire de decadencia, de escepticismo, un aroma a perdedor los ronda; haciéndolos entretenidos, latinos, reales. Pero también tienen un aura de santos, de ingenuos; son luchadores de causas perdidas, enemigos del poder, se juegan el pellejo por un amigo o una promesa de cama, es quizás esto lo que más atrae de ellos, los que los exorciza de sus carencias, lo que los salva. Heredia, Juan Belmonte, Sherwood Cañahueca, Ifigenio Clausel, son algunos de esos personajes desencantados que encantan.
Milton Fornaro, escritor uruguayo reciente ganador del premio nacional de literatura por su libro de cuentos Murmuraciones Inútiles (Alfaguara 2004), acaba de publicar la novela Cadáver se necesita (Alfaguara 2006) y el personaje central es un investigador privado: Ramón Mendoza. Mendoza es un ser esencialmente detestable, un sabueso de callejón que no persigue grandes presas y debe contentarse a regañadientes con la carroña. La mayoría de sus casos son infidelidades (como sucede en la realidad), extorsiona a los que debe investigar, es alcohólico de mala y amnésica resaca, a sido delator político, fotógrafo de segunda en un diario; siempre dispuesto a voltearse a una mina para no pasar la noche solo, aunque deba jurarle amor, o emborracharla, no importando si es la madre o la hija de alguien, o viene del velorio del novio. Debe dinero por todos lados, portador de una eterna mala suerte, es un timador de poca monta, no tiene amigos, sólo gente que le sirve o se sirven de él momentáneamente. ¿Pero quien dijo que un personaje debe tener algo de héroe?, lo importante es que esté bien construido, que viva; y Mendoza es despreciablemente real, creíble; igual logra encantar, de alguna extraña manera nos produce compasión, simpatía. La historia está narrada a dos tiempos en capítulos que se intercalan (con epígrafes de crucigramas) y se van juntando como guillotina mientras la historia avanza. El escenario es el Uruguay de dictadura, con la milicia allanando casas y despareciendo gente, con el miedo en las esquinas y la crisis económica, con ese aroma de ardiente desesperación que habitó todos nuestros países y que convierte a la novela en tan latinoamericana, tan reconocible. La trama es entretenida, Mendoza se mete en algo grande, verdaderos problemas y, hace gala de su ingenuidad, mientras Fornaro hace gala de su oficio de narrador: «Todas las veces que se tocaba la corbata, estiraba el cuello como hacen los muñecos de los ventrículos», para describir a un personaje de bar; «Eso vería por último desde la terraza, en medio de familiares llorosos y de niños devastadores, escapados de las manos de los adultos, quienes sólo tienen ojos para abarcar el cielo y tragar en silencio la envidia por los que se van. », para retratar a la gente del aeropuerto. Y para contarnos sobre un amor de cabaret de Mendoza: (y, como buena cita descontextualizada; me sirve para cerrar esta nota). «Cuando la tuvo entre sus brazos, bailando boleros y restregando sus pobres humanidades, empezó a desquererla. Ella comenzó a amarlo, sin expectativas, sin saltos mortales, dejándose ir al compás de la música. Para él fue un llegar y partir, sin siquiera saludar. Para la otra fue recobrar algo perdido o soñado, un pedazo de ella a reconquistar y tener, algo para recordar cuando pasen más de mil años, muchos más. »