miércoles, julio 08, 2009

La sombra de lo que fuimos de Luis Sepúlveda


Siempre que llega un libro nuevo de Luis Sepúlveda a tus manos, su lectura posterga otras lecturas; es el estilo franco, directo y ameno de narrar lo que atrae, la prosa depurada, escueta, con esa mirada afectuosa y sazonada de humor. Esa potencia narrativa lo ha llevado a ser uno de los autores más leídos de Iberoamérica (después de “El Quijote” y “Cien años de soledad”, “El viejo que leía novelas de amor” es la novela en español traducida a mayor número de idiomas). Con su último libro “La sombra de lo que fuimos” Luis Sepúlveda ganó el Premio Primavera de Novela de la editorial Espasa Calpe, en el cuenta la historia de tres sesentones, ex militantes de izquierda que en el Santiago de hoy fraguan un plan audaz y temerario, pero algo falla, la trama se mezcla con la de otro ex combatiente de izquierda, una muerte accidental, un policía y otros personajes más, que permiten incluso una lectura de novela policial, y todo nos conduce a un desenlace que sorprende. En la novela hay vínculos con otras historias, la de los anarquistas, la del Chile de dictadura, con una visión amable y un tono de sana ironía que es lo que le da su fuerza. Los protagonistas son perdedores, narran sus historias pequeñas, no la epopeya, son héroes anónimos, portadores de tragedias particulares, aun creen en los sueños, aunque los sueños hace tiempo que dejaron de creer en ellos. Se ha escrito mucho sobre la dictadura aunque creo que, con la necesaria distancia, recién ahora se está escribiendo la novelística de esa época, libros como “La burla del tiempo” de Mauricio Electorat, “Milico” de José Miguel Varas y esta novela van en esa dirección. Luis Sepúlveda ha declarado que “La sombra de lo que fuimos” le ha dado el pulso, el tono para abordar en una nueva obra, ya en gestación, la etapa de la militancia de izquierda, los duros años de dictadura, con una óptica emotiva, de ternura y humor que los militares no podrán tener jamás. La esperamos con ansias.

lunes, marzo 16, 2009


Al mundo nada le importa


En “Al mundo nada le importa” de Isabel Hernández apreciamos desde la primera página un libro surcado por la intuición, por la naturalidad, sobresale la frescura de su imaginario; los cuentos nos absorben y olvidamos las consideraciones teóricas (ese repertorio de prejuicios de los cuales nos valemos cuando intentamos teorizar sobre literatura) y gana la entretención, la fuerza de los personajes, lo espléndido de las historias, la belleza estética de la narración y además notamos con agrado que no aparece por ningún lado la sutil inconsistencia del escritor iniciático, la falta de oficio que debería tener alguien que publica su primer libro. Es que algunos de los cuentos del libro ya han sido premiados en concursos internacionales además Isabel Hernandez ha publicado algunos libros pero no de ficción, si no de ciencias sociales y antropología, libros que han sido traducidos a varios idiomas y le han reportado distinciones internacionales. La diversidad de los cuentos llama la atención, Isabel Hernández enarbola una libertad creativa que no tiene las ataduras de la “literatura feminista” y me evoca de muy grata manera a Laura Resptrepo, los cuentos van desde la ficción histórica, el tema indígena y la selva tropical, los inmigrantes europeos, el fundamentalismo, y toda una gama de atmosferas donde el alma argentina también está muy bien retratada como en el cuento Sardinas no, Anchoas, si.

martes, febrero 24, 2009

Sobre ferias, escritores y cruzadas

Leo un reciente y refrescante artículo de Edmundo Paz Soldán (http://www.elpais.com/articulo/semana/era/anti-Salinger/elpepuculbab/20090131elpbabese_1/Tes), sobre la proliferación de ferias del libro y escritores blandiendo sus libros como espadas. La aparente contradicción del escritor que debería “hablar” sólo a través de sus libros pero que paradójicamente también anda “poniendo el cuerpo” en eventos literarios. El fenómeno tiene múltiples aristas y formas de analizarlo, aquí propongo algunas (esto lo escribí hace algún tiempo, por otro tema, pero creo biene al caso también).
El acto íntimo, casi obsceno de escribir, es intuitivo, amoral, onanista: se escribe por placer, porque no hay manera de evitarlo. Pero subyace también la necesidad de compartir lo escrito, más allá del círculo familiar, y en ello no está involucrado necesariamente el ego, o el anhelo de destacar como el lugar común sugiere. ¿Porqué se tolera sin cuestionamientos que un arquitecto desarrolle un fenomenal edificio, que el cirujano realice una operación complejísima, pero cuando un escritor aparece con un buen libro, y, voluntarioso él, un poco pueril, convencido que es parte de su oficio, lo anda empujando en ferias del libro y presentaciones, se sospecha que el afán de sobresalir es el motor? Parte de la culpa es de algunos escritores, que responsabilizan de sus frustraciones a los colegas, a los críticos, a los lectores, al mundo que no los comprende ni celebra cómo debería (que es lo que la prensa exulta como único tipo de noticia literaria). Y otra parte radica en que, quien intenta sobrevivir de este oficio, efectivamente debe promocionarse, asistir a ferias, dar entrevistas, venderse (en el buen sentido), para que sus libros se lean. Y ahí se genera el problema: se crean expectativas. Y como todas las expectativas, más en un oficio que no admite medios tiempos, son usualmente desmedidas y generan frustración. A un escritor le satisface que sus libros vendan, que lo inviten cada tanto (incluso si no piensa ir) a eventos literarios, pues significa que al menos el presentador lo leerá (a veces ni siquiera ello sucede). Pero esa dinámica puede ser perversa, proclive al vedetismo, a centrarse en la parafernalia y distraerse de lo esencial: escribir. Y por ahí hasta declararse el mejor escritor de todos los tiempos, o el mejor cuentista peso mosca, o el más rápido lanzador de metáforas del sureste. La batalla del escritor no es contra nadie, no es una competencia para juntar medallas, hay una lucha, si, quizás contra sí mismo, contra los fantasmas, contra la desidia, contra la muerte. Un escritor debe en primer lugar estar en paz con su oficio y sólo entonces es coherente su cruzada contra los infieles (no lectores). “Dejemos que el tiempo, haga su antología” dijo Borges, y tengo la impresión que cuando lo dijo ya sabía que estaría en todas las antologías, pero también intuyo, eso le importaba un carajo.

jueves, febrero 19, 2009

El futuro improbable de Alejandro Bentivoglio






Octubre del 2039, el doctor Alejandro Bentivoglio expone en el XXVII Congreso Internacional de Microficción (en Neuquén, un pequeño barrio de Cipoletti), ya casi nadie desafía su tesis y en la mayoría de los textos está consignado el origen de la microficción en la Patagonia Argentina. —“La naturaleza de pocas palabras de los gauchos, el paisaje invariable, mínimo, subordinan al hombre de estas latitudes a la microficción”—Sentencia Bentivoglio y cita un cuento de Björk Altman:
“Dos gauchos, que llevan casi seis meses sin ver a nadie, se reconocen la silueta desde muchos kilómetros en la pampa.
-Hola cumpa ¿qué cuenta?
-Y nada che ¿y usted?
-Nada.
-Nos vemos che.
-Nos vemos, un gusto platicar con usted”




Alejandro Bentivoglio en un futuro improbable será arqueólogo literario en la Patagonia, o bibliotecario en El Cairo, dueño de una biblioteca digital en Buenos Aires o encargado de los talleres literarios en la cárcel. Como sea, su vida estará cruzada por la literatura, por los libros que hoy atiborran su departamento, por los microcuentos que escribe con fruición. Bentivoglio es un narrador atípico, escribe exclusivamente microficciones (tiene más de 2000) y es joven (29) para haber publicado tres libros maduros: Revolver y otras historias del lado suave, Dakota, memorias de una muñeca inflable y La Parca (a dos voces con un amigo).
De a dos o tres en cada hoja, los textos de Bentivoglio copan las páginas y nuestros sentidos, nos imponen su ritmo y su inusitada diversidad, su contundente aliento, que por momentos nos obliga a la pausa para digerirlos, a la relectura. Convergen obsequiosamente en la literatura de Bentivoglio diferentes vertientes, la narrativa pura destilada desde la compresión extrema del cuento como en Suave. La bella jerigonza poética que se acomoda muy bien en los textos cortos, y que algunos taxónomos clasifican como poemas y otros como cuentos breves, como en A falta de revolución. Y También el humor, un tipo de ironía fresca, inteligente y de una compresión lingüística envidiada por los extintos redactores de telegramas como en el cuento Vasos Comunicantes.
Alejandro habita un barrio del gran Buenos Aires, casi no conoce el resto de la ciudad, no la necesita, recorre los vericuetos de esa otra urbe, de la ciudad improbable, donde cada tanto se escucha la vos tartamuda de Borges o del argentino de acento francés y en la orilla del río sin orillas ve pasar a Onetti o contempla a Hemingway mientras pesca en el muelle.

Cuentos de Alejandro Bentivoglio:

Suave
Él pensaba que todos los cuchillos eran parecidos. Sin embargo, su esposa había comenzado a acariciar más que de costumbre, uno de los que estaban en el cajón. Mucho, pero mucho antes de él llegara a su casa con un rastro de rouge en su camisa arrugada.

A falta de revolución
Hay ventanas, verdaderas excusas de guillotina, que ante la menor provocación se abaten sobre desprevenidos ciudadanos, cercenando cuellos y sombreros que luego se quedan solitarios como tortugas en el sueño, pisos abajo, entre turistas de asfaltos y silencios.

Vasos comunicantes
El telegrama es la literatura experimental del desastre.

Rompiéndome
No llorés por mí, le dije. Pero ella me dijo que no lloraba. Era algo que tenía en un ojo.
Algo como un hombre pequeñito deshaciéndose entre sus dedos que luego se limpió prolijamente con una servilleta de papel azul.

Última noche en Bolivia


El fantasma de Víctor Hugo Viscarra surge ahora que me sirvo un singani. Parece que el tiempo no pasa Víctor, estás igual que aquella noche en el Boca y Sapo, charlamos poco esa vez, pero me diste un par de tus libros y ellos me han seguido hablando.
—¿Cómo van las cosas Víctor Hugo?
—La existencia o la cotidianidad son tan sólo una figura donde no se reflejan ni se vislumbran esperanzas ni ilusiones: o se vive, o se muere.
—¿Y cómo es la muerte?
—Para una persona que ha caminado de la mano del infortunio y de la muerte, amén del alcohol, puede significar muchas cosas, entre ellas retroceder en el tiempo, y sin proponérselo, abrir cicatrices que parecían cerradas para siempre, aunque la palabra no siempre tenga su real significado en el diccionario.
Me quedo por unos instantes, pensando en lo que dijo Víctor Hugo, sus palabras siempre consiguen dejarme ese sabor amargo, inquietante, hablan por los marginales de La Paz, por sus vidas descarnadas, violentas, olvidadas. Me hubiese gustado conocerte más Victor Hugo, hablar sobre esos seres sin esperanza que acompañaron tu deambular y tu literatura, pero se te ocurrió morirte, y tu fantasma ya se ha ido. Ahora estoy sólo en este hotel y miro por la ventana.
El regreso, en cierto modo siempre volvemos. Como este retorno a Cochabamba, a las calles estrechas aprendidas de niño, la infructuosa búsqueda de la heladería en calle España (que ya no existe), indagar en la memoria sobre el olor a sándwich griego, el regreso al monumental y delirante mercado de La Cancha, a redescubrir las cholitas que venden silpanchos o api de madrugada y sumarse a los alegres de siempre que beben cerveza en El Prado. El regreso y la perversa sensación de que alguien me debe algo: los años perdidos, la vida que no viví. Pero si volviera, si el regreso fuera posible y me instalara otra vez en la llajta, no pasaría mucho tiempo en que me dolería el sur, el verde rabioso, el olor del mar y la lluvia infatigable en la memoria, no pasaría mucho tiempo en que me obsesionaría con la idea de que alguien me debe algo. Así son los regresos, todos los regresos, una vez que vuelves, la urgencia no calma, añoras el próximo regreso.
Por ello me asombran los que huyen, me agobian aquellos que no quieren volver, como Lorena que viene de Chile, que viaja sola por muchos meses y me confesó que es alcohólica, que intenta huir del miedo, de la oscuridad al final del camino que a veces se ve con tanta claridad. Lorena pertenece a la estirpe de los condenados, porta una tristeza endémica que disimula con vino, cerveza, vodka o lo que sea que esté a mano, ella huye y jamás regresará.
La noche en La Paz es más luminosa, el aire se palpa más liviano, frío y milenario. ¿Acaso el que regresa no está huyendo igualmente? ¿Acaso siempre será todo una trampa circular y por ello despertaremos un día, viejos, con la confusa sensación de que alguien nos privó de algo? ¿Acaso siempre ha sido todo igual? Pero algunas cosas cambian, los países cambian, los pueblos cambian, como esta Bolivia en la que se respira dignidad y en la mirada del indio aflora el orgullo, ya no el resentimiento que es la forma más dura de orgullo, sino un orgullo parecido a la esperanza. Quizás las cosas tarden, quizás Bolivia es el país de la desesperanza, quizás la rueda de la historia la condena a la tercera división, amén que ya fue un imperio, o quizás la maldición del inca está cesando y permitirá que este pueblo deje de sufrir.
Mañana temprano emprendo otra vez el regreso, adiós Victor Hugo bebo a tu salud y a la de tu bella ciudad mineral, donde los contrastes cuelgan de los cerros como cuadros en una pared. Ojalá Lorena encuentres consuelo en el país del desconsuelo, descubras lo que te falta y puedas algún día volver. Adiós Chuquiago, cuna de imperios y desesperanza, ojalá tu también encuentres el camino.